“En Internet, la moderación tiene sus límites y es necesario reaprender la netiqueta”.

En el verano de 2025, decenas de miles de espectadores presenciaron la puesta en escena y alentaron la humillación de "JP" [Jean Pormanove] con mensajes o donaciones. Pero quienes lo hicieron fueron más allá del papel de espectadores: con sus sugerencias de escenarios, también fueron coproductores de este espectáculo desolador.
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El problema no está directamente relacionado con la tecnología digital y podría haber existido fuera de la pantalla: imaginemos un teatro donde, durante días, un voluntario fuera humillado frente a un público que votó por prolongar la humillación. Así, hace treinta años, los espectáculos de lanzamiento de enanos dieron lugar a la sentencia de Morsang-sur-Orge: el Consejo de Estado afirmó que el respeto a la dignidad humana podía justificar la prohibición de este espectáculo, incluso con el consentimiento de las víctimas. Nada ha cambiado, y lo vergonzoso sigue siendo vergonzoso, tanto en una discoteca como en internet.
El éxito de películas como "La Cabra" (1981) o "Los Bronzés" (1978) se basa esencialmente en la humillación de un antihéroe. Pero con una diferencia esencial: el espectador se rió de una actuación ficticia, con actores consentidos, en una puesta en escena magistral. Con la Web 2.0, coproducida por los internautas, este viejo recurso cómico se transforma en una nueva realidad: ya no es un escenario, sino una humillación real y prolongada. Con el internauta convertido en coproductor, la búsqueda de responsabilidad no puede centrarse en los organizadores del espectáculo; debe incluir también a los productores de internet. Por lo tanto, debemos recordar a las plataformas sus responsabilidades como editores. Esto requerirá ir más allá de los mecanismos de denuncia utilizados por los internautas, que son ineficaces en canales privados reservados para quienes se sienten atraídos por estos programas. La moderación mediante inteligencia artificial y la comunidad impulsada por Elon Musk y Mark Zuckerberg encuentra aquí uno de sus límites.
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